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Intervención del ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, en la 49 Conferencia de Seguridad de Múnich, el 2 de febrero de 2013

184-02-02-2013

Señor presidente,

Señoras y señores,

Me complace estar de nuevo en Múnich, en una conferencia que se ha consolidado firmemente como una plataforma abierta y autorizada para discutir los problemas de la política europea e internacional.

No es posible ignorar el simbolismo de la fecha de esta reunión. Hace 70 años terminó una de las más terribles, sangrientas y funestas batallas de la Segunda Guerra Mundial: la batalla de Stalingrado. Los cientos de miles de mis compatriotas que dieron su vida por esta victoria en las orillas del Volga no solo defendieron nuestra patria, sino que combatieron en favor de la paz mundial, al igual que lo hicieron nuestros aliados.

Para no que no se volviera a repetir la tragedia de una guerra mundial, la diplomacia redobló sus esfuerzos. A consecuencia de ello, se creó la Organización de las Naciones Unidas. Sin embargo, al de poco tiempo, la «guerra fría» trazó unas líneas de división en Europa, impulsando durante mucho tiempo la posibilidad de construcción de un sistema de seguridad colectiva, incorporado en la Carta de la ONU.

Y si digo esto no es para desatar una nueva búsqueda de culpables. Los políticos serios no se dedican a desenterrar el pasado. Como subrayó el presidente de Rusia Vladímir Putin en su carta de diciembre a la Asamblea Federal, Rusia solo mira hacia delante, hacia el futuro. Por eso, con nuestra presencia en la conferencia de Múnich aspiramos ante todo a tratar de encontrar enfoques comunes para construir una sociedad segura basada en una auténtica asociación estratégica. Este fin, precisamente, es el que propusieron los líderes de los países de la Europa Atlántica en 2010, en las cumbres de la OSCE de Astaná y del Consejo Rusia-OTAN de Lisboa.

Sería un error afirmar que no se ha hecho nada para alcanzar este noble propósito. Rusia y Estados Unidos firmaron los tratados START, y se extiende la cooperación multilateral en la lucha contra el terrorismo, la industria de las drogas, la piratería y las amenazas que provienen de Afganistán. Oficialmente, se ha proclamado el rechazo a la psicología de la guerra fría. Rusia y los miembros de la OTAN han declarado que no se consideran enemigos.

Pero no estamos aquí para prodigarnos elogios mutuamente ni presumir, sino para entender los pasos necesarios que henos de acordar para resolver adecuadamente los problemas que persisten.

Si partimos de esto, tenemos que reconocer que en realidad, dejando de lado las palabras, estamos aún muy lejos de una auténtica construcción euroatlántica que se apoye en los cimientos sólidos del derecho internacional. Persiste el deseo de construir unas relaciones en Europa en cuestiones político-militares que no esté basada en las directrices establecidas en la OSCE y en la NRC, sino a través del progreso de una estructura de seguridad centrada en la OTAN de forma indiscutible.

Creemos que este enfoque estrecho de los bloques no sirve, y nos resulta difícil comprenderlo si nos guiamos por consideraciones objetivas y racionales. Este enfoque difícilmente se aplica a la construcción política en el mundo globalizado actual, cuando las amenazas afectan a todo el mundo. Es hora de mirar en términos generales y de forma global la complejidad de las relaciones en la Europa Atlántica, y de saber cuáles son los enfoques coincidentes y cuáles las diferencias que subsisten entre nosotros, incluyendo las relacionadas con las situaciones conflictivas en otras partes del mundo que influyen en la seguridad de todos nosotros.

Si examinamos las zonas más problemáticas en la actualidad (Oriente Medio, África del norte o la zona del Sahel) es difícil abandonar la sensación de que el mundo es un espacio interconectado. Surgen muchas preguntas relacionadas con los planteamientos adoptados por algunos de nuestros socios en el proceso de la "primavera árabe". ¿El apoyo a las intervenciones en el cambio de regímenes permite justificar prácticas terroristas? En una determinada situación conflictiva, ¿podemos luchar contra aquellos a los que apoyamos en otra situación? ¿Cómo podemos estar seguros de que el suministro ilegal de armas a una zona de conflicto no puede volverse contra nosotros? ¿Qué gobernantes son legítimos y cuáles no lo son? ¿Cuándo se puede colaborar con regímenes autoritarios (seculares o no tan seculares)? ¿Y cuándo está permitido apoyar su derrocamiento violento? ¿En qué situaciones hay que reconocer a las fuerzas que llegan al poder tras unas elecciones democráticas y en cuáles debemos negarnos a mantener contactos con ellas? ¿Qué criterios y normas adoptamos al respecto?

Es importante responder a estas preguntas de forma conjunta y honesta, y en lo que respecta a los objetivos últimos de los esfuerzos para superar la crisis en los países de la Europa Atlántica hay que priorizar aún más los aspectos comunes, y no las diferencias. Porque todos queremos que en el Oriente Próximo y en el Oriente Medio, en el norte de África y en el continente africano en general, al igual que en otras regiones, haya estabilidad y se creen condiciones para un desarrollo sostenible, para que los pueblos de dichos gobiernos puedan avanzar hacia la democracia; para que se garanticen los derechos humanos y el suministro ininterrumpido de hidrocarburos y de otros recursos vitales.

Si estos constituyen nuestros principales objetivos, podremos ponernos de acuerdo en unas reglas claras y comprensibles, que deberemos seguir en la práctica todos los participantes. Ponernos de acuerdo en apoyar reformas democráticas de los que han emprendido una reforma del estado, pero no para imponer desde fuera cierta escala de valores, sino reconociendo la multiplicidad de modelos de desarrollo. Ponernos de acuerdo en promover una resolución pacífica de los conflictos internos y un cese de la violencia por medio de un diálogo no excluyente, con participación de todos los grupos políticos nacionales. Ponernos de acuerdo en abstenernos de toda injerencia externa, sobre todo por la fuerza, si no existe un mandato claro de Consejo de Seguridad de la ONU, así como de toda imposición arbitraria de sanciones unilaterales. Ponernos de acuerdo en oponernos de forma constante y firme al extremismo y al terrorismo en todas sus formas y manifestaciones, y exigir que sean respetados los derechos étnicos y religiosos de las minorías. Estoy convencido de que si todos los participantes en la reunión del "Grupo de Acción" de Ginebra del 30 de junio de 2012 hubiesen llevado a cabo en conjunto, de forma amistosa y sincera, las propuestas formuladas, no se hubiese llegado a la trágica y terrible situación que atraviesa Siria hoy en día. Pero para esto es necesario cumplir honradamente lo que se ha acordado, sin suprimir ni añadir nada. Con este fin, precisamente, hace tiempo que proponemos la celebración de una reunión del "Grupo de Acción" Esperamos que el aquí presente Lakhdar Brahimi se esfuerce en impulsar esta iniciativa en su ámbito de trabajo.

En general, en los procesos de la "primavera árabe", es el momento de alejarse de esquemas simplificados y de consignas, y de evaluar la situación y los escenarios de su desarrollo desde posturas responsables. Entender esto sirve para avanzar. Quiero recordar en concreto el reciente artículo de Wolfgang Ishinger en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, en el que expone unas ideas muy interesantes que coinciden con nuestras valoraciones de la situación.

Si estamos interesados en una acción conjunta por el bien común, tenemos que contemplar el mundo tal como es. Hay que reconocer que las operaciones militarse (los ejemplos están bien cerca) producen un aumento del caos en las relaciones internacionales y pueden provocar una ola de inestabilidad tal que impida refugiarse en ningún "islote de estabilidad". La historia sigue su ritmo vertiginoso. El camino presenta muchas bifurcaciones, en las que hay que volver a elegir entre objetivos geopolíticos unilaterales y asociación, entre juegos que nada aportan y esfuerzos solidarios en busca de respuestas a los retos de la modernidad.

Muchas de estas bifurcaciones ya son visibles. Es el caso, por ejemplo, de la OSCE, una futura organización paneuropea. Hoy en día, las diferencias en esta organización se agudizan por los intentos de imponer las propias normas, de convertirla en una plataforma de gran confrontación y polémica, lo que agrava la crisis sistemática de la organización. Es preciso llevar a cabo proyectos aglutinadores, que sirvan de base a la construcción europea y que ayuden a crear un consenso en las cuestiones fundamentales de la seguridad. Todavía hay una "ventana a la esperanza" En diciembre del año pasado, el Consejo de Ministros de los OSCA adoptó en Dublín una resolución para impulsar el proceso «Helsinki+40». Nos gustaría creer que en 2015, cuando se celebre este aniversario, se pueda trabajar de verdad con una agencia común, que no refleje un intercambio de reclamaciones, sino la decisión de todos nosotros de concentrarnos en la resolución de nuestras tareas estratégicas generales, basadas en la materialización del principio de la seguridad indivisible.

El problema de la defensa antimisiles se ha convertido en una prueba importante para cumplir el verdadero asunto mediante declaraciones solemnes sobre el compromiso con el principio básico. Todos nosotros corremos el peligro de perder una nueva oportunidad de construir el espacio único de la región euroatlántica. Rusia propone una vía sencilla y constructiva: acordar unas garantías estrictas de que los misiles de EE. UU. no apunten a ningún miembro de la OSCE y establecer unos criterios técnico-militares claros que permitan evaluar el cumplimiento de los objetivos declarados de sistemas de defensa antimisiles: neutralización de las amenazas de los misiles procedentes de fuera de la región euroatlántica.

Al definir las misiones de la OTAN en el nuevo contexto, también es importante aclarar que no pretenden mezclarse en este proceso sino con el fin de que lo comprendamos. El progreso hacia una nueva asociación entre Rusia y la Alianza Atlántica aún se ve obstaculizado por los intentos de explotar la tesis de la amenaza soviética, que ahora se ha convertido en la amenaza rusa. Las fobias son muy persistentes, y vemos que esta tesis se fundamenta en el proceso de planificación militar. A pesar de la escasez de recursos financieros, se observa una creciente actividad militar en el norte y el centro de Europa, como si en estas regiones hubieran aumentado las amenazas a la seguridad. Siguen desarrollándose los proyectos de ampliación de la OTAN y el desarrollo de la infraestructura militar del bloque en Oriente, como si no hubiese habido declaraciones al más alto nivel sobre los peligros de la conservación de las líneas divisorias en el continente. A este respecto, algunos de nuestros socios europeos conciben ahora nuevas líneas divisorias, empiezan a tratar de dividir artificialmente los proyectos de integración en "buenos" y "malos", "propios" y "ajenos".

Actualmente, en la OTAN se discute el concepto de "defensa inteligente". Dejo de lado la cuestión sobre de quién en concreto tienen que defenderse. Mucho más importante es darse cuenta de la demanda objetiva de una política exterior nueva, moderna e "inteligente", destinada aprovechar de la forma más efectiva las posibilidades abiertas por el trabajo colectivo en lugar de proceder a un despilfarro inexcusable. Si los responsables económicos mundiales del «G-20» han podido promover unos esfuerzos solidarios para hacer frente a la crisis económica y financiera general, ¿por qué no se puede hacer lo mismo en política? El año pasado, Rusia se convirtió en miembro de pleno derecho de la OMC, creada fundamentalmente con el fin de luchar contra el proteccionismo en las relaciones comerciales y económicas. Estamos muy agradecidos a los Estados Unidos, a la UE y todos los que nos han apoyado en este proceso. Pero si intentamos analizar la situación con la mentalidad que persiste del bloque, ¿en el ámbito político y militar no subsistirá esta mentalidad proteccionista? Y si es así, entonces es obvio que se encuentra en contradicción directa con las exigencias actuales, dictadas por la necesidad de crear unos sistemas abiertos en los que todos tengan la misma seguridad.

Nuestras propuestas de construcción del principio de una seguridad indivisible, repetidamente proclamada en la OSCE y la NRC, legalmente vinculante y que funciona en la práctica, están «en la mesa» de negociaciones. La regulación de los compromisos ya adoptados al más alto nivel político de no reforzar la propia seguridad a costa de la seguridad de los otros ayudaría a recuperar el clima político-económico en la Europa Atlántica, contribuiría al acercamiento de todos los gobiernos y al cumplimiento del objetivo estratégico de creación de un espacio único económico y humano desde el Atlántico al Pacífico.

El deseo de desarrollar unos métodos de colaboración que posibiliten una construcción verdaderamente igualitaria en la Europa Atlántica no solo se manifiesta muy claramente en los políticos razonables, sino también en la sociedad civil. Nos congratula la aprobación por parte de la OSCE del trabajo conjunto de los centros de Alemania, Polonia, Rusia y Francia para preparar las recomendaciones sobre los problemas de seguridad. Queremos fomentar activamente los contactos y procesos de este tipo. Bienvenido sea este trabajo.

No cabe duda de que estamos en un momento crítico de la historia. Por tanto, ante grandes exigencias hay que responder con grandes iniciativas. Ha llegado el momento de cancelar las deudas históricas y concedernos mutuamente un crédito "anticrisis", el crédito de la confianza y la asociación.

Antes de mi discurso, me pidieron que hablase sobre las relaciones ruso-americanas, pero, en rasgos generales, estoy de acuerdo con lo que ha expresado mi buen amigo y colega Joe Biden. Verdaderamente, tenemos un orden del día repleto y satisfactorio, pero en las relaciones entre las grandes potencias es inevitable que existan las contradicciones y los desacuerdos, con tal de que no sean importantes. Todo ustedes lo saben. Nos vamos a referir principalmente a una cuestión en las relaciones ruso-americanas, como al acuerdo establecido, si nos guiamos por los principios del respeto mutuo, la igualdad y el interés mutuo Pero en estas cuestiones, en las que podemos trabajar juntos en beneficio de nuestros países y de la seguridad internacional, ya estamos trabajando, y vamos a seguir haciéndolo.

Quisiera concluir con una cita del presidente Barack Obama, que en su discurso inaugural dijo que Estados Unidos tratará de solventar las diferencias con otros gobiernos de forma pacífica, no por ingenuidad, sino porque un trabajo conjunto es la manera más segura de eliminar la sospecha y el miedo. Precisamente, la política exterior que Rusia mantiene se basa en esta actitud responsable, en el estricto respeto de los principios y normas del derecho internacional. Confiamos firmemente en la reciprocidad.

Gracias por su atención.


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