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Comentario ofrecido por la portavoz del MAE de Rusia, María Zajárova, en relación con el 10º aniversario del Euromaidán ucraniano

2339-20-11-2023

Hace diez años, el 21 de noviembre de 2013, en la plaza central de Kiev, Maidán Nezalézhnosti (la Plaza de la Independencia), arrancaron manifestaciones antigubernamentales que se tornaron simultáneamente el punto de partida y él de no retorno de la catástrofe que vemos hoy en Ucrania.

Los hábiles provocadores entrenados por instructores estadounidenses y británicos, bajo consignas atractivas en favor de la vida “mejor europea”, viajes sin visados a los países comunitarios, la democracia, la libertad de expresión, los Derechos Humanos y la lucha contra corrupción, sacaron a multitudes a protestas callejeras. En realidad, fueron unos disturbios bien orquestados y pagados desde el exterior, encaminados a derribar el poder legítimo. Literalmente desde los primeros días del Euromaidán, se hizo claro que se trataba de otra revolución de color, la criatura favorita de EEUU y sus aliados.

Entre enero y febrero de 2014, guiados por Occidente, los desórdenes estimulados malintencionadamente evolucionaron en una insurrección armada y culminaron en el golpe de Estado anticonstitucional que rechazaron los habitantes de muchas regiones del país.

Me gustaría recordar que los sucesos de noviembre de hace diez años fueron desencadenados por la decisión del Gobierno de postergar la planeada firma del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea con miras a analizar sus consecuencias para los intereses de la economía ucraniana. Cabe destacar que se trató no del rechazo de la asociación, sino el aplazamiento de su firma. Es que Kiev tuvo unos compromisos dentro de la zona de libre comercio de la CEI, y las obligaciones nuevas los contradijeron en cierto grado.

Los propagandistas occidentales y ucranianos silencian conscientemente este aspecto crucial, aunque es clave para entender la situación trágica que observamos en la actualidad. Hace diez años, al posponerse la suscripción del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, se vieron desbaratados los planes de Occidente dirigidos a arrancar Ucrania de Rusia y arruinar los vínculos históricos en los ámbitos económico, humanitario,  cultural, espiritual, y los lazos familiares que habían unido a nuestros pueblos y países a lo largo de muchos centenarios. 

Occidente recordó con nitidez su fracaso en intentar apoderarse de Ucrania durante la Revolución Naranja de 2004, cuando, en contravención de la Constitución ucraniana, los ideólogos de allende del océano diseñaron la tercera vuelta de elecciones para tomar adelante al candidato perdido. Por lo tanto, en 2013, actuaron de manera más sofisticada y descarada. Estaba en juego el objetivo de subordinar a las élites ucranianas para extraer recursos de Ucrania y convertirla en un foco de inestabilidad y una plataforma de lanzamiento para atacar Rusia.

En noviembre de 2013, Occidente y la oposición radical neonazi ucraniana fueron a por todas para cambiar completamente la política multivectorial de Ucrania, incrustar su economía y política en el sistema de coordenadas neocolonial de Occidente. EEUU y sus satélites operaban grosera y cínicamente según el principio “quien no está con nosotros, está contra nosotros”, poniendo a Kiev ante una disyuntiva artificial de fomentar relaciones con Occidente o con Rusia. 

Hoy, cabe preguntar qué es exactamente lo que el Euromaidán facilitó a Ucrania y si se hizo realidad su sueño anhelado de integrarse en la familia europea. La respuesta es obvia. De la república autosuficiente, populosa y de industria desarrollada, una parte de la anterior URSS, Ucrania se convirtió en un territorio empobrecido que se extingue. El país perdió su independencia estatal y está mantenido por los colonizadores occidentales que determinan su política interior y exterior. 

Para Ucrania, se hicieron una norma las múltiples violaciones de los derechos y las libertades humanos, la discriminación de sus ciudadanos por motivos étnicos y lingüísticos. Está asolando el país la dictadura neonazi sumergida en corrupción, reinan  la iniquidad y anarquía. Está en plena marcha la máquina totalitaria de represiones que suprime la disidencia. Las represiones practicadas por las autoridades centrales y la guerra civil de ocho años contra Donbás se han traducido en que los pobladores de 6 de las 27 regiones de Ucrania han decidido adherirse a Rusia.

Apenas hubieran podido imaginar los ucranianos, que salieron a Maidán hace diez años, las trágicas consecuencias que ello acarrearía para ellos.

Es una lástima que, siendo rehén de los anglosajones y el régimen kievita que sirve a sus intereses, nuestro pueblo hermano de Ucrania tenga que vivir bajo tiranía, naturalmente, en una colonia que depende en su totalidad de dádivas externas. Pero esto es el precio de la infame “decisión europea” detrás de que se escondía el cálculo frío de Occidente de transformar Ucrania en un Estado rusofóbico agresivo y nacionalista, usarla como herramienta en la lucha existencial contra Rusia, sacrificando vidas de cientos de miles de ucranianos y arruinando destinos  de millones de personas.

 


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